martes, 7 de octubre de 2008

I CONGRESO MULTICULTURAL BILINGÜE. CANCHIS

HUK SUNQULLA, HUK UMALLA YACHAYNINCHISTA PURICHISUN


lucha de titanes

El 8, el 9 y el 10 de octubre se está realizando el Primer Congreso de Educación Intercultural Bilingüe en el Teatrín de la Municipalidad de Sicuani.
El evento tiene como finalidad beneficiar y fortalecer una educación de calidad y pertinente a la cultura local. Se espera una gran concurrencia de maestros, estudiantes, autoridades y padres de familia de la provincia de Canchis y la Región Cusco.


La Asociación de Maestros EIB "Chiqaq Ñan" de la provincia de Canchis, Cusco en coordinación con Tarea, Asociación de Publicaciones Educativas y la Unidad de Gestión Educativa Local de Canchis se aúnan para esta obra de titanes.
En él participarán ponentes venidos de Ecuador, Bolivia así como destacados maestros bilingües interculturales provenientes de Lima, Arequipa, Cusco y otras ciudades.

Mayores informes: Celular 984359125
maestroseib@hotmail.com
leodiaz2470@hotmail.com
valienteparu@hotmail.com

sábado, 4 de octubre de 2008

MARTÍN TANAKA: RACISMO, DISCRIMINACIÓN, DEMOCRATIZACIÓN

Tanaka: Lo importante es cómo actúa la gente, no tanto cómo piensa.

En los últimos días he estado comentando sobre temas relacionados al racismo y la discriminación en nuestro país. Se me quedaron algunas cosas por decir, que propongo a manera de hipótesis muy iniciales, para seguirlas pensando y trabajando. Con esto termino por ahora con este asunto, para no hacer monotemático a este blog... Venimos de una tradición histórica racista, qué duda cabe. Sin embargo, las cosas nunca fueron tan esquemáticas como alguna gente piensa: algo que es totalmente equivocado es caer en cierto sentido común, en el que caen muchos extranjeros bien intencionados, que es pensar que en el Perú hay 500 años de opresión de una población indígena mayoritaria por una minoría blanca. En realidad, ni la población indígena ni la población blanca fueron homogéneas en el Perú; y siempre hubo alianzas variables entre sectores sectores indígenas y sectores blancos y criollos. Más adelante, tendremos que tanto a lo largo de la colonia, como durante la república, hubo una legislación que protegió a la población indígena, así como procesos que favorecieron una integración y un mestizaje, más que en otras latitudes. Así, hasta mediados del siglo XIX existía una élite indígena relativamente fuerte, próspera, con poder, integrada a circuitos económicos dinámicos. Recién es hacia finales del siglo XIX que se da esa imagen de un mundo indígena rural débil, inerme, explotado, olvidado, por las élites criollas-oligárquicas.

Estos temas han sido estudiados muy bien por la historiadora Cecilia Méndez, por ejemplo. Les recomiendo ver, entre otras cosas: "Incas sí, indios no: Apuntes para el estudio del nacionalismo criollo en el Perú". IEP, Lima, 1996. (Documento de Trabajo N° 56)

http://www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/Mendez.pdf

"Las paradojas del autoritarismo: ejército, campesinado y etnicidad en el Perú, siglo XIX al XX". En: Iconos, Revista de Ciencias Sociales no. 26. FLACSO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede Quito. Septiembre 2006. pp.17-34.

http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/ecuador/flacso/iconos/iconos26/mendez1.pdf

Pero luego, tenemos que en el siglo XX, desde la década de los años cuarenta, ocurrió una rebelión popular, expresada en la migración, que cuestionó la exclusión del indígena y del mestizaje criollo, que democratiza el país a través de lo que Quijano llamó "cholificación", una nueva forma de mestizaje, más inclusivo. Ciertamente se trató de una estrategia defensiva, no fue por el lado de la reivindicación de la identidad indígena, pero se trató de un mestizaje más inclusivo que el propuesto por las élites. Sobre estos temas recomiendo que vean "Las sociedades interculturales: un desafío para el siglo XXI", de Fernando García, coordinador, FLACSO Quito, 2000, especialmente el trabajo de Sinesio López, referido al caso peruano. Este proceso de democratización "chola" tuvo su punto político más alto en las reformas del Gral. Velasco.

http://www.flacso.org.ec/docs/sasocintercul.pdf

Yo soy de los que piensa que durante las últimas décadas el cambio cultural y las actitudes en cuanto al tema racial han sufrido una revolución, básicamente porque "los de abajo" ya no aceptan más la autoridad de "los de arriba". Ya he comentado sobre esto anteriormente:

http://martintanaka.blogspot.com/2007/02/sobre-la-persistencia-del-racismo-y-la.html

Algo nuevo que quisiera añadir es una idea que de alguna manera me viene sugerida por Cecilia Méndez, también de un post anterior:

http://martintanaka.blogspot.com/2007/08/sobre-racismo-y-democratizacin-cecilia.html

Esta democratización chola, siguió avanzando, con dificultades, en medio de las múltiples crisis y la violencia que nos tocó vivir en la década de los años 80. En los últimos años, sin embargo, perdió algo de su filo democratizador, y tenemos así una democratización que siguió pero de manera caótica, medio achorada, de un futuro incierto. Pero desde entonces, algunos sectores de las élites han iniciado una suerte de "reacción": que prospera en un contexto de derrota de Sendero Luminoso (ojo que tanto Sendero como algunos miembros del ejército masacran a población rural de origen indígena); más adelante, de desaparición de la izquierda, de consolidación del sentido común del fujimorismo, de hegemonía de la sociedad "neoliberal", de predominio del mercado, de crecimiento económico y relativa prosperidad para algunos sectores.Así, han ido surgiendo nuevas formas de discriminación, que no son abiertamente racistas, pero que nos remiten a esa tradición. Las nuevas tienen que ver más con factores sociales y económicos, dentro de las cuales entran también elementos como la moda, la cultura, el "buen gusto", etc. Expresan el sentir de élites que no se reconocen en el país, en un ambiente de prosperidad en el que se sienten "seguros". Aunque se asustaron un poco con Humala. Por esto, lo del "operativo empleada audaz", el cierre temporal de "Café del Mar", las denuncias por discriminación en "La Sede", el debate sobre el afiche del festival de cine de la PUC, etc., a pesar de que nos remiten a espacios de élite, me parecen que plantean temas importantes. De otro lado, el país mayoritario sigue tratando de hacerse camino, por sus propios medios, claro está, muy al margen de todo esto. Termino recomendando la lectura de un texto reciente de Paulo Drinot, sobre los debates en torno al Monumento "El ojo que llora", aparecido en el último Hueso Húmero. A su manera ilustra varios de los desencuentros del país, tanto de unas élites para las cuales el problema del conflicto armado debería simplemente olvidarse, como de sectores "progresistas" que no han logrado que su discurso tenga repercusión más allá de reducidos círculos universitarios. "El Ojo que Llora, las ontologías de la violencia y la opción por la memoria en el Perú, de Paulo Drinot. En Hueso Húmero nº 50.

http://huesohumero.perucultural.org.pe/502.shtml

Fuente: http://martintanaka.blogspot.com

CULTURA Y PODER. Por Rodrigo Montoya Rojas (1)

Rodrigo Montoya: "El esfuerzo estatal por una Educación bilingüe intercultural es todavía muy pequeño"

Presento en este artículo una propuesta para repensar la relación entre la cultura y la política a partir de las reinvindicaciones indígenas que en el último tercio del siglo XX definen un movimiento político nuevo en América Latina. La autonomía de los Inui (ex-esquimales) dentro del Estado canadiense, los progresos del Movimiento Pachakutik en Ecuador y del Frente Zapatista de Liberación en México han abierto un horizonte político nuevo y posible que exige una reestructuración del Estado y una redistribución de las cuotas de poder para los pueblos con lenguas y culturas diferentes. En Europa, las Autonomías de España constituyen una experiencia que debemos examinar con atención como un ejemplo de redistribución y descentralización del poder.

I. El desafío de Toledo.

La triunfal marcha de los 4 suyos, la reivindicación de Pachakutiq como un inca forjador de un imperio, una ofrenda a los Apus (Dioses montaña) y a la Pachamama (Madre Tierra) trasmitida al mundo entero, una celebración en grande con música sobre todo andina en la fortaleza de Saqsaywaman, el uso de símbolos étnicos en la campaña electoral, la autodefinición del candidato presidente como un cholo e “indio terco” y la promesa de un “gobierno de todas las sangres”, distingue a Alejandro Toledo de todos los candidatos y presidentes anteriores a él. En política el peso de los gestos y los símbolos es muy importante, más allá de las palabras. Entre los elementos que acabo de citar la metáfora de todas las sangres ha sido rápidamente incorporada en el lenguaje común y corriente. Antes era conocida en espacios reducidos como el antropológico y el literario. Toledo afirma con frecuencia que su gabinete del gobierno es de todas las Sangres. Sería interesante saber qué contenido le atribuye a la frase porque si se refiere a la multiplicidad de partidos de los que los ministros provienen, la potencialidad política de la metáfora desaparece. Para José María Arguedas, el autor que publicó en 1964 la novela Todas las sangres, se trataba del reconocimiento de la multiculturalidad del Perú:

“No, no hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores. No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachakámac y Pachakútiq, Guamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpaq Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllu Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a 4,000 metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beber su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo”. (Yo no soy un aculturado. Discurso en Lima, octubre de 1968, cuando recibió el premio Inca Garcilaso de la Vega).

En el último diario de su novela póstuma El Zorro de arriba y el zorro de abajo, Arguedas escribió:

“Despidan en mí a un tiempo del Perú cuyas raíces estarán siempre chupando el jugo de la tierra para alimentar a los que viven en nuestra patria, en la que cualquier hombre no agrilletado y embrutecido por el egoísmo, puede vivir, feliz, todas las patrias”.

Patria en el lenguaje literario de Arguedas quería decir, cultura, lengua, pueblo. Un gabinete de todas las sangres incluiría en el Perú de hoy a ministros quechuas, aymaras, amazónicos y negros. Si así fuera se trataría de un cambio extraordinario en la estructura política del Estado porque el consejo de ministros es una instancia clave del poder político. Si Toledo fuese consecuente con el uso que hizo de la cultura para ganar la presidencia debiera tener una propuesta política nueva. Cien días después de asumir el mando, no se ve en el horizonte ninguna novedad. Es probable que la metáfora de todas las sangres se devalúe también como los conceptos de revolución y socialismo que en boca y manos de los militares y sus asesores civiles perdieron su sentido entre 1968 y 1980. Ojalá no ocurra lo mismo. Del uso de los símbolos étnicos y de las afirmaciones de identidades étnicas individuales para fines electorales no se desprende política cultural alguna y, menos, una propuesta nueva sobre la cultura y el poder. El ejemplo de Alberto Fujimori, el ciudadano japonés que gobernó 10 años el Perú, es suficientemente ilustrativo. Queda muy poco tiempo pasa saber si Toledo estará o no a la altura del desafío.

II. Noción de cultura, multiculturalidad e interculturalidad.

El concepto de cultura es complejo, rico y de difícil manejo. Para ilustrar esa complejidad cito aquí los cuatro grandes bloques en los que la misma palabra tiene acepciones diferentes. 1. Cuando se le considera como sinónimo de escolarización la oposición “culto” - “inculto” designa una división entre las personas. Educada o “culta” sería la persona que lee y escribe, de buenas maneras, civilizada, en el sentido preciso de saber sentarse en la mesa y usar los cubiertos adecuados, por ejemplo. “Inculta”, sería la persona que no lee y escribe, torpe, bárbara. 2. Cuando cultura es sinónimo de saber se habla, por ejemplo, de una cultura política en el preciso sentido de la información que tenemos sobre la política, nuestros deberes y derechos. Como la democracia en el Perú es aún precaria nuestra cultura política es muy débil o hasta inexistente. 3. Cuando es sinónimo de bellas artes, la cultura corresponde a lo que en periódicos y revistas se conoce como la “sección cultural”: teatro, cine, literatura, música, pintura, escultura, museos, conferencias, mesas redondas, exposiciones, etc. 4. En el universo de la antropología como una carrera profesional y parte de las ciencias sociales, la cultura es el modo de vivir, sentir, pensar, resolver problemas, amar, emocionarse, divertirse etc. En este espacio la cultura es inseparable de la lengua. Se habla así de la cultura andina quechua o aymara o de la cultura amuesha o japonesa y de las lenguas Quechua, aymara, amuesha o japonesa.

Un punto de partida para el análisis de la realidad peruana es su carácter multicultural. Hay en el Perú, en el 2001, 50 culturas o lenguas: 2 en los andes, 42 en la Amazonía, cinco que corresponden a las colonias china, japonesa, italiana, judía y árabe y, finalmente, la cultura occidental criolla. Si cruzamos la información de lenguas con la población sostengo la estimación siguiente para el año 2,000: de los 25 millones de peruanas y peruanos, 19’614,000 (78.4 %) hablan el castellano; 4’500,000 (18 %) el quechua; 500,000 (0.2%) el aymara; 350,000 (01.2) y 86,000 (00.3%) hablan el chino, japonés, italiano, hebreo y árabe [2].

La coexistencia de 50 culturas produce múltiples espacios de interculturalidad, biculturalidad, bilingüismo, triculturalidad y trilingüismo. En Puno hay millares de personas que hablan quechua, aymara y castellano; en la Amazonía central, hay otros miles que hablan asháninka, quechua y castellano; y, más lejos, en el Alto Napo, hay también otros miles que hablan el quichua, el secoya y el castellano, por ejemplo.

III. Política cultural sin una propuesta de poder.

El gobierno de Toledo ha formado una Comisión Nacional de Cultura con representantes del cine, la pintura, la música, el teatro, la escultura, los museos y algunos investigadores e investigadoras en las áreas de Antropología, Arqueología e Historia. Ellas y ellos tienen el encargo de proponer líneas de trabajo para la política cultural del gobierno y asumieron la responsabilidad de presentar una terna para la dirección del Instituto Nacional de Cultura. No es difícil inferir que la concepción de cultura que tienen los responsables del régimen es, principalmente, tributaria del bloque cultura igual bellas artes. La promoción del turismo ocupa un espacio particular y complementario al interés de valorar y defender la producción, distribución y consumo de objetos culturales diversos del país.

Este modo de entender la cultura en el Perú viene de lejos. Uno de los antecedentes principales es el indigenismo cuya partida de nacimiento puede ser señalada en el célebre discurso de Manuel González Prada en el teatro Politeama de Lima, en 1888. Fue en esa ocasión que el escritor y anarquista sostuvo que el Perú comenzaba en los contrafuertes andinos, que los verdaderos peruanos eran los indios y que los descendientes de extranjeros no debían ser considerados como peruanos. De esa fuente nacieron los dos indigenismos del siglo XX: el radical y panfletario de don Luis E. Valcárcel que anunciaba una revolución india, una tempestad en los andes y el conservador y católico de don Víctor Andrés Belaúnde que consideraba al Perú como un país mestizo gracias al feliz encuentro de la lengua y religión españolas y el paisaje americano. El estado de ánimo indigenista, surgido entre intelectuales y artistas no indios, propuso valorar, defender y promover la producción, distribución y consumo de objetos como los retablos de Ayacucho, los toritos de Pucará o la música andina. Me parece que este espíritu indigenista sobrevive a la desaparición del indigenismo y está debajo de lo que hoy se llama “política cultural” en el país. Corresponde a Arguedas -como primer director de la Casa de la Cultura, creada para él en 1963- el mérito de haber dado los primeros pasos en la valoración y defensa de los objetos culturales indígenas, particularmente andinos, del país. En 1963, no había en el Perú ni en América Latina ningún movimiento indígena organizado pero en Estados Unidos se oían las primeras voces de lo que sería el movimiento Indio posterior.

IV. Movimientos indígenas sin indigenistas.

En el último tercio del siglo XX han surgido en el continente americano en general y en América Latina, en particular, numerosos movimientos indígenas dirigidos por los propios profesionales e intelectuales indígenas, sin necesidad de mediadores, de indigenistas de buena voluntad. Aprendieron a leer y a escribir en las escuelas bilingües del ILV y de la iglesia católica o en las simples escuelas primarias del servicio público en distritos y provincias. Luego de un paso breve por las iglesias protestantes volvieron los ojos sobre sus propias lenguas y culturas y en poco tiempo forjaron una propuesta política con cinco grandes reivindicaciones que no aparecían en las luchas sindicales ni en los programas de los partidos políticos.

1. El territorio, generalmente un bosque grande como escenario de la cultura de uno o más pueblos indígenas, con fronteras naturales, que no puede confundirse con un lote familiar de tres o cinco hectáreas de tierra ofrecidos por un organismo encargado de la reforma agraria.

2. Defensa de la lengua indígena, del derecho de educar a los hijos en la lengua materna y de aprender el castellano como recurso para evitar los abusos.

3. Defensa de la cultura, de los valores y principios, de los modos de vivir y sentir, de los derechos colectivos.

4. Defensa de la identidad, a través de una doble nacionalidad: ser peruanos y aguarunas al mismo tiempo, ecuatorianos y shuaras, bolivianos y guaraníes, por ejemplo. (Una nacionalidad étnica no tiene por qué oponerse a una nacionalidad del conjunto del Estado). Quienes en política siguen prisioneros de la ideología que sostiene a los estados naciones (un estado, una nación, una cultura, una lengua, una religión) no pueden entender y menos aceptar los derechos de los otros, el derecho a la diferencia que los pueblos indígenas defienden ahora con sus luchas.

5. Defensa de la biodiversidad o de la naturaleza. (En la cultura occidental se plantea la oposición y el enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza mientras que los pueblos indígenas se sienten parte de la naturaleza y vivir en paz con ella es un principio de acción).

Para realizar estas cinco revindicaciones fundamentales se imponen cambios estructurales en la naturaleza misma del Estado y es indispensable una redistribución o socialización del poder. No es posible realizar un proyecto indígena como éste si se sigue pensando con una lógica indigenista de buena voluntad y paternalismo y si se sigue confundiendo la política cultural con la promoción de las bellas artes y sin relación alguna con el problema del poder.

V. Una nueva propuesta: cultura y poder, al fin.

Si el Perú es un país multicultural, por qué las clases dominantes excluyen a los indígenas de 44 culturas peruanas de la estructura del Estado y por qué no les reconocen poder alguno? Estas son preguntas fundamentales. Qué significa reconocer el carácter multicultural del Perú? Si se trata de una declaración vacía y suelta no sirve para nada; si se trata de cambiar la constitución y crear un organismo con poder y dinero para realizar las reivindicaciones indígenas estaríamos tratando el tema con la seriedad debida. Toledo anunció que su gobierno reconocería el carácter multicultural del Perú pero nunca explicó de qué reconocimiento se trata. En el caso ecuatoriano, las grandes movilizaciones indígenas y el surgimiento del Movimiento Pachakutik como un brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE, han forzado un cambio constitucional. El artículo primero sostiene:

“El Ecuador es un estado social de derecho, soberano, unitario, independiente, democrático, pluricultural y multi étnico. Su gobierno es republicano, presidencial, electivo, representativo, responsable, alternativo, participativo y de administración descentralizada”.

Un artículo como éste sería inadmisible para una gran parte de la clase política peruana que sigue creyendo en la propuesta arcaica de un estado, una nación, una cultura, una lengua, una religión. Es fundamental que la constitución peruana reconozca la multiculturalidad de nuestra sociedad. Si vinculamos la cultura al poder con un mínimo de seriedad debiéramos incluir en la constitución, a través de una enmienda o de una nueva constitución, tres autonomías: la quechua, aymara y amazónica para que cada una de estas partes fundamentales del Perú tengan su propio gobierno, su parlamento y sus recursos. Autonomía no quiere decir un estado dentro de otro. Militares y diplomáticos no tienen por qué temer una división del Perú. Quiere decir, como en España o en Canadá, que los pueblos con culturas y lenguas propias tienen el derecho de tomar sus propias decisiones y de contar con sus estructuras propias de poder.

Se trata de un modo nuevo de pensar la descentralización. Hasta hoy, todos los esfuerzos de formar regiones uniendo departamentos han fracasado. Tampoco tiene sentido convertir un departamento en una región. Quién objetaría que la capital de la autonomía quechua del Perú esté en el Cusco, que la capital de la autonomía aymara esté en Puno y que Iquitos o Pucallpa sean la capital de la Autonomía Amazónica? Si no contamos con la fuerza suficiente para introducir un cambio tan importante como este en la Constitución, queda una segunda vía provisional: conseguir un organismo autónomo con poder y recursos propios que se encargue de resolver los problemas de los pueblos indígenas, dirigido por los propios indígenas.

Sugerir que se formen en el Perú las Autonomías quechua, aymara y amazónica como un modo de reorganizar la sociedad y redistribuir el poder político a partir del factor cultural que nunca fue tomado en cuenta es hoy, sólo una idea. Es el fruto de una larga reflexión fundada en el encuentro de tres vertientes. En primer lugar, un seguimiento político atento y comprometido de la causa indígena, de sus movimientos diversos en los últimos veinte años en América Latina, en general, y, en particular, en Ecuador, Bolivia y Perú. En segundo lugar, de un interés académico para pensar la política como un fenómeno social global en tanto condición para escapar de la reducción del Perú a Lima, de verlo, sentirlo como una unidad geográfica, y para introducir la dimensión cultural y escapar de la reducción de la política a la economía. No haber visto ni haber querido ver la multicuturalidad del Perú como un componente estructural decisivo es el principal error de la clase política en el Perú con la honrosísima excepción de José Carlos Mariátegui. Lamentablemente, lo que el amauta escribió sobre la necesidad de convertir en políticas las reivindicaciones culturales no fue tomado en cuenta por los auto denominados mariateguistas de diversas corrientes. En consecuencia, señalar esta deuda con el amauta es un deber. En tercer lugar, tal vez sea posible reconocer la importancia de lo que, por lo menos provisionalmente, puedo llamar el factor intuitivo que sin haber cristalizado en una propuesta política fue importante para preparar el terreno de la idea que presento en este artículo y que podría, tal vez, convertirse en un proyecto político. Me refiero a la metáfora “Todas las sangres” propuesta por José María Arguedas.

Examinando la obra y vida de este eminente antropólogo y escritor, sugerí en 1979 que debiéramos tener especial cuidado en apreciar su militancia intelectual en favor de la causa indígena[3]. Arguedas no fue un militante político en el sentido preciso de haber sido un hombre de partido. Tuvo un paso fugaz de simpatizante del Partido Comunista que duró el cortísimo tiempo que él necesitó para darse cuenta de que el factor cultural no tenía importancia alguna para ese partido. Su militancia intelectual se expresa en su palabra escrita en defensa de los quechuas de su tiempo en textos de literatura, de antropología y de la prensa de todos los días y, al mismo tiempo, en los hechos de su propia conducta al lado, por ejemplo, de los artistas y de los migrantes de los pueblos quechuas más pequeños y humildes. Por esa conducta, porque cantaba y bailaba en quechua y porque se emocionaba hasta las lágrimas con el arte andino y con la suerte de los quechuas se le recuerda como a un héroe cultural. Me parece que la metáfora de un Perú de todas las sangres es el fruto de su militancia intelectual, de su intuición política, de su deseo profundo de cambiar el Perú.

Es pertinente agregar que una metáfora o una simple intuición no son suficientes para convertirse en un proyecto político. El salto sólo puede ser posible si se introduce en el análisis una reflexión sobre la cultura y el poder. Debemos a Aníbal Quijano una larga reflexión sobre la necesidad de socializar el poder en el sentido preciso de redistribuirlo como la tarea política de mayor jerarquía. Una idea como la de formar Autonomías quechua, aymara y amazónica corresponde a un sueño, a un ideal por alcanzar, a una dimensión utópica que es un ingrediente necesario en la aventura de querer cambiar el mundo. Para convertirse en un proyecto político esta idea necesita de un trabajo mayor para explorar sus posibilidades y límites, de la contribución de muchas personas, de hombres y mujeres que la tomen, la adopten, la enriquezcan y la difundan hasta que se forme una fuerza política concreta que esté en condiciones de realizarla. Las ideas tienen fuerza para cambiar el mundo sólo cuando un movimiento político las adopta y asume el compromiso de realizarlas; impresas en los textos sólo son un objeto de lectura.

VI. Potencialidad de las posibles Autonomías quechua, aymara y amazónica.

Hay en el inconsciente colectivo de los pueblos quechua y aymara un sentimiento impreciso, borroso, pero sentimiento al fin, de pertenencia a una civilización que en otro tiempo fue capaz de haber creado un reino sin hambre y con un orden más justo que el de hoy. Se trata de un horizonte que Alberto Flores Galindo señaló como utópico en su excelente libro Buscando un inca. Su propuesta no fue volver al pasado sino simplemente no olvidar el pasado en el momento de imaginar el porvenir. El principio de reciprocidad como una forma precisa de realizar la solidaridad es el legado de la sociedad inca que sigue siendo, a comienzos del siglo XXI, un principio que ordena la vida en las comunidades campesinas. Por una historia propia que no se confunde con la de los incas, el mismo principio guía la vida cotidiana de los pueblos indígenas amazónicos. ¿Quiénes de la clase política se interesan por esta herencia del pasado? Podría ser posible que una nueva propuesta política recoja esta riqueza y la convierta en un elemento de esperanza para el futuro.

Hasta hoy se ha hablado mucho sobre la necesidad de descentralizar y regionalizar el país sin que ninguna de las varias propuestas haya servido para resolver los problemas. Volver a considerar cada departamento como una región es una confesión de incapacidad e impotencia. Las Comisiones de administración de las regiones aprobadas en la Constitución de 1979, se han convertido en centros burocráticos y nidos de corrupción. Entre tanto, en el resto del país sigue el agobio producido por Lima, la capital del reino. Las autonomías quechua, aymara y amazónica podrían ser un modo original de resolver el problema.

Tallanes, Moches y Chimúes en la costa norte forjaron en el pasado grandes centros regionales y crearon una extraordinaria agricultura de riego. Se han perdido las lenguas pero sus logros históricos están vivos en la memoria de centenares de millares de personas. En nuestro tiempo las identidades se recrean y la ausencia de una lengua puede no ser obstáculo para que el futuro sea visto con el legado del pasado. No es difícil imaginar que si las autonomías quechua, aymara y amazónica se convirtieran en una alternativa política para la reorganización del estado y para la redistribución del poder, podría aparecer también en el horizonte una nueva autonomía que se inspire en esa historia.

VII. Límites y contexto adverso.

Una propuesta nueva requiere de una fuerza grande para abrirse paso en medio de un contexto adverso. La dificultad mayor deriva de la imagen negativa que en quinientos años el estado colonial español y los gobiernos republicanos han creado de los pueblos indígenas, imagen tan fuerte que hasta una buena parte de los habitantes de estos pueblos la asumen como suya. En ese tiempo las clases dominantes del país han tenido la astucia de separar a los indios históricos de los indios del presente. Habrían sido fantásticos y extraordinarios los indios del pasado, constructores de la gran civilización inca y de una maravilla como Machu Pichu y serían lamentables los del presente por ser supuestamente “viciosos”, “ociosos” y “desleales”. No ha habido hasta hoy en el país ningún esfuerzo político serio y organizado para considerar como personas a los otros, a quienes hablan otras lenguas y tienen otras culturas. Los miembros de la clase política han actuado en los hechos como racistas y discriminadores pese a los discursos sobre la igualdad, la libertad y la confraternidad.

Un factor en contra es la división que existe entre los pueblos indígenas a propósito del reconocimiento de su origen étnico. En lo que podría denominar el péndulo de la identidad indígena en el Perú habría que situar a los tres tercios de los migrantes indígenas [4]. El primero es de afirmación étnica local, tiene una relación profunda con la tierra, está formado por personas a las que podría denominar militantes de la causa étnica local [5] porque asisten a las reuniones, reproducen el calendario religioso en parte católico y propiamente indígena, y afirman -orgullosos- su pertenencia a los ayllus o comunidades o pueblos. El segundo corresponde a los migrantes sin identidad étnica, que no vuelven nunca a sus pueblos de origen y tampoco participan de las reuniones y fiestas de las asociaciones. El tercero, está formado por migrantes que oscilan entre la afirmación y la negación étnica, que vuelven a sus pueblos y participan algunas veces de sus reuniones y fiestas. El primer tercio -del que, personalmente, formo parte- es el universo potencial para la afirmación étnica nacional que sería la base de las autonomías quechua, aymara y amazónica. El segundo es un obstáculo. El tercero podría tener un fragmento rescatable.

¿Hay un pueblo quechua o hay diferentes pueblos quechuas? Esta es una pregunta muy importante que vale la pena plantear. Me inclino por creer junto con mi amigo Richard Chase Smith que parte del problema de la identidad étnica quechua es la existencia de varios pueblos quechuas diferentes, desde tiempos incas y a pesar de la lengua quechua y de la cercanía o distancia entre sus variaciones dialectales.

La soledad en la que se encuentran los pueblos indígenas es también un factor en contra. Encerrarse en posiciones duras de intransigencia nos aísla más. Consignas como “nada con los blancos o los mistis” son errores graves, fruto de la amargura y del odio, entendibles pero no justificables. Los problemas peruanos son muy complejos y su solución compromete al conjunto de peruanos y peruanas y no sólo a uno de sus fragmentos.

La ceguera de la clase política para no ver el problema cultural del país, seguirá siendo una barrera para resolver el problema. Es pertinente señalar que es mayor la responsabilidad de los dirigentes que provienen de las canteras de la izquierda.

VIII. ¿Qué hacer?

En la perspectiva de convertir la idea de las autonomías quechua, aymara y amazónica en un proyecto político, son numerosas las tareas:

1. Es necesario continuar el trabajo de desmontar la argumentación de la derecha sobre la supuesta inferioridad de los llamados indios y probar que los pueblos indígenas son parte del potencial humano que el Perú tiene para su futuro.

2. Hacer un esfuerzo sostenido para que el péndulo de la identidad de los pueblos indígenas, sobre todo de los quechuas, se oriente en lo posible hacia la afirmación y no se incline más hacia la negación. Convertir la identidad étnica local en una identidad étnica regional y nacional, siguiendo el ejemplo de los quichuas ecuatorianos, es fundamental. Los pueblos indígenas amazónicos han avanzado mucho en esa dirección. Cuando ellos defienden su identidad nacional como peruanos y su identidad étnica como aguarunas o huambisas o asháninkas, por ejemplo, están marcando el camino o abriendo el horizonte para los quechuas. Por su lado, los aymaras están muy cerca de tener una identidad étnica regional y nacional.

3. Ganar aliados para esta causa entre dirigentes y personas de clara vocación democrática, que no provienen de los pueblos indígenas pero ven con simpatía sus reivindicaciones como Javier Diez Canseco, Daniel Estrada y Juan Manuel Guillén. Paulina Arpasi, la congresista aymara puede ser una mujer clave para este proyecto. Los indígenas ecuatorianos tienen un recorrido más largo y aprendieron, no sin dolor, que los indígenas solos no pueden llegar al poder y menos gobernar su país. Al comienzo de su larga marcha, cuando era fundamental afirmarse étnicamente frente a la negación de los ecuatorianos del poder oficial, dijeron que su liberación sería obra exclusiva de ellos. Después, comprendieron que no. Sin el voto guayaquileño, en particular, y costeño, en general, no será posible una victoria del Movimiento Pacha Kutiq, brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE.

4. Convencer a las organizaciones indígenas, a sus Centrales, AIDESEP, CONAP, a las Federaciones de campesinos, a sus centrales, CCP, CNA, a las Asociaciones de migrantes como la Federación de Instituciones Provinciales de Ayacucho, FEDIPA, por ejemplo, y a los responsables de algunas ONGs que para conseguir una reorganización del estado y una redistribución del poder se requiere hacer política. Es cierto que a lo largo de la historia estas organizaciones han ido acumulando decepciones de la clase política y de los políticos que prometen y no cumplen. Si los propios pueblos indígenas no hacen la política que les interesa, los otros seguirán haciendo la de siempre.

5. Es urgente y necesario debatir sobre la necesidad de reorganizar el Estado y la sociedad y de redistribuir el poder político en todo tipo de foros. No sólo en los mundos político oficial y académicos sino, principalmente, en las asociaciones de migrantes, en los sindicatos, en las comunidades campesinas y nativas, con los estudiantes y en las organizaciones de residentes de los llamados pueblos jóvenes.

De un largo debate, de una participación directa de los pueblos indígenas, de un trabajo creativo, imaginativo depende que la idea de las Autonomías quechua, aymara y amazónica se convierta en un proyecto político y, luego, en una realidad.


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[1] Rodrigo Montoya es antropólogo y escritor, profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y columnista del Diario La República. Ha publicado muchos libros sobre la problemática de la Cultura. El último, en proceso de redacción, tiene el título provisional de El porvenir de la Cultura quechua a partir de un trabajo de campo de tres años en Villa el Salvador. Ha publicado también la novela El tiempo de descanso, traducida en 1998 al portugués.

La primera parte de este artículo ha sido publicada en el N 1 de la revista Múltiples. Lima, noviembre 2001.

[2] En mi libro El porvenir de la cultura quechua, en proceso de redacción y que será publicado a mediados del 2002, explico detalladamente cada una de estas cifras y presento un mapa que por primera vez reúne la información sobre lenguas, culturas y población.

[3] Ver mi artículo Antropología y política, en el libro José María Arguedas veinte años después: huellas y horizonte 1969-1989, que organicé y compilé en 1990 (Universidad Nacional Mayor de San Marcos e Ikono).

[4] Ver mi libro La cultura quechua hoy, Hueso Húmero Ediciones 1987, Lima, p 2.

[5] La causa étnica local, generalizada en el país, corresponde al ayllu, comunidad, parcialidad, barrio o pueblo. Una causa étnica nacional correspondería a la identidad aymara o quechua como tal.

montoya-uriarte@terra.com.pe

HACIA UNA COMPRENSIÓN DEL RACISMO

Se puede definir al racismo como un modo de dominación social que se funda en identificar diferencias entre la gente, diferencias que son integradas para dar lugar a una clasificación que va de un extremo superior (lo moral, sabio y hermoso) hasta otro inferior (lo perverso, ignorante y horrible). En el racismo, a diferencia de otros modos de jerarquización social, las diferencias son naturalizadas; es decir, son vistas y postuladas como sustanciales e insuperables. En alguna medida, toda colectividad humana tiende hacia el racismo. Los semejantes entre sí suelen producir una imagen del otro, del diferente, como inferior: sus rasgos son feos, su lenguaje es ridículo y sus costumbres no son las normales. Esta tendencia puede variar mucho pero es un hecho que despreciar al otro vigoriza la propia autoestima. Frente al foráneo las afinidades resaltan de modo que los miembros de una comunidad se sienten más cercanos y próximos.

El extraño es quien no participa en la “cosa” o “esencia” que nos define como miembros de una colectividad. Esa esencia (que nadie sabe, exactamente, que es, pero que todos tenemos que presumir conocer muy bien) nos debe brindar un sentimiento de orgullo, una satisfacción que nos tendría que inclinar hacia la endogamia. Por tanto, para no traicionar al grupo, debemos casarnos con gente como nosotros. No obstante, cuando el foráneo es nuestro vecino el otro deja de ser una presencia hipotética y lejana. Entonces el racismo es una realidad inmediata. Digamos que hay colectividades cuyas particularidades más entrañables son estigmatizadas como inferiores de modo que se justifica, se naturaliza, la dominación sobre ellas. En un mismo espacio coexisten grupos entre los que reina una repulsión que acentúa la unidad interior de cada uno.

Según León Poliakov el racismo moderno surge en España en el siglo XV cuando los cristianos victoriosos comienzan a creer que la afiliación religiosa es algo inscrito en el cuerpo de manera que los moros y judíos conversos, los llamados “cristianos nuevos”, tienen la “sangre sucia”, por lo que no pueden ser aceptados en igualdad de condiciones, y son entonces relegados a ocupaciones poco prestigiosas, y son vistos siempre con sospecha. Los “cristianos viejos” en cambio son puros, sus creencias tienden a ser correctas pues no llevan la herejía en la sangre.

Desde el punto de vista conceptual lo mismo ocurre en el caso de la esclavitud. Es decir, las diferencias entre la gente son sustancializadas a través del concepto de “raza”. El concepto de raza apunta a una mítica esencia biológica que hace semejantes a los miembros de un grupo diferenciándolos de los miembros de otros grupos o “razas”. Y estas distintas esencias o sustancias no tienen el mismo valor. Están, desde luego, jerarquizadas. La negra es la inferior. A quienes la comparten les corresponde obedecer y trabajar para aquellos que tienen la sustancia superior, los blancos. En realidad, el racismo responde a un deseo de dominio y explotación que, en el caso de la esclavitud, es llevado al extremo de una cosificación del otro que equivale para el dominante a una mistificación de sí; es decir a un desconocimiento de los límites de la propia condición humana. Sea como fuere lo característico del racismo es la conformación de dos comunidades como patrones blancos y esclavos negros, o colonos criollos e indígenas siervos. Estas comunidades suelen ser cerradas y endogámicas. La mezcla está prohibida y si eventualmente se produce no se la reconoce de manera que el vástago mestizo es asimilado al grupo inferior. El racismo suele estar acompañado de una fobia hacia el mestizaje, fobia que toma la forma de creencia de que aún lo inferior-puro es mejor que lo mezclado. Este esquema u orden de cosas es el que asociamos con lo que solemos llamar una sociedad racista como sería el caso de Estados Unidos hasta mediados del siglo XX o la Sud-Africa del apartheid.

Lo desafiante del caso peruano, como en general de toda América Latina, es la coexistencia de racismo y mestizaje. Es decir, aquí la mezcla no fue descartada sino que desde abajo fue significada como un camino de avance social, de logro de reconocimiento. Y, desde arriba, no fue totalmente impedida sino que fue valorada como la posibilidad de una ventaja económica. Digamos que la unión entre un blanco pobre y la hija de un rico cacique era ideal pues convenía a ambas partes. Pero, en todo caso, aún cuando el mestizaje pudo haber resultado de la violencia, lo importante es que el vástago no era satanizado ni desconocido. Por el contrario, se afirma la idea de que el mestizo es mejor que su progenitora indígena aunque no tan valioso como su padre, criollo o español. De hecho el mestizaje se impuso sobre los designios de la corona. En efecto, resulta que el deseo o programa colonial era la separación de las “dos repúblicas”. Es decir, en principio, indios y españoles sólo deberían vincularse en función de la evangelización de las almas y de la explotación de los cuerpos en beneficio de la metrópoli. La corona no veía con buenos ojos a los criollos y, menos aún, a los mestizos. Eran percibidos como competidores potenciales por el excedente económico producido por la servidumbre indígena. Cuanto mayor fuese su número tanto menor serían las remesas enviadas a España. De ahí la reticencia de la Corona para autorizar la emigración hacia las Indias.

Pero la tendencia al mestizaje fue incontenible. Entonces al margen de la república de los españoles y la república de los indios surge un mundo social, el de las castas y de la plebe, donde los individuos son cada vez más difíciles de clasificar en la medida que se van alejando de los modelos de pureza. En este mundo, lejano tanto de la aristocracia como de los indígenas, no hay un sentimiento de comunidad. Se trata de una realidad heterogénea, compuesta de excepciones que se definen a partir de una triple negación pues sus integrantes no son españoles, no son indígenas, ni tampoco son esclavos. Estamos ante un mundo atomizado donde una persona vale más o menos de acuerdo a su posición económica y contactos sociales, pero también en función de sus rasgos físicos. De esta manera, en el universo fragmentado de la plebe mestiza se reproduce la jerarquía y la discriminación. No obstante, se trata de una “discriminación individualizada”. Es decir, cada uno es evaluado por separado y no como miembro de una comunidad.

En las sociedades que rechazan el mestizaje, como las anglosajonas, todo individuo pertenece a una comunidad. Y esta pertenencia determina su posición frente al otro, al diferente. Cuando el racismo desconoce o excluye el mestizaje, entonces se crean comunidades definidas por ciertos temples o sensibilidades. Los blancos se ven, con satisfacción como grandes, poderosos y superiores en relación a los negros (o a los indios), que son representados como ociosos, brutos e impulsivos; en definitiva necesitados de una disciplina que no se pueden dar. Pero aún en la posición subordinada hay algunas recompensas emocionales. Se trata de la satisfacción que puede nacer a través de la identificación con el amo, y la realización vicaria de los deseos que esta identificación permite. O, en todo caso, el subalterno, al sentirse como una víctima noble de un sistema injusto, anticipa con deleite esa satisfacción definitiva que compensará en el más allá los muchos sufrimientos que aquí padece sin quejarse.

Cuando el racismo coexiste con el mestizaje, la situación es más compleja. En el mundo atomizado de la plebe nadie es enteramente blanco, ni, nadie es, tampoco, enteramente indio o negro. Todos tienen un poco de todo aunque en diferente proporción. Entonces, la posición de superioridad o subalternidad tiene que establecerse a cada momento, en cada nuevo encuentro, mediante un proceso de mutuas evaluaciones que tiende a ser arbitrario y conflictivo pues muchas veces no resulta evidente quién debe rendir pleitesía a quién. Ocurre que en un contexto un individuo puede ser definido como superior, porque es más blanco y está mejor vestido que su semejante; no obstante, en otro contexto, ese mismo individuo puede ser identificado (por el otro y por sí mismo) como inferior, dado que ahora confronta a un semejante de una apariencia superior, o más acorde al modelo hegemónico. Por tanto, en su primer encuentro sentirá los goces asociados a la posición superior: poder y menosprecio; pero en su segundo encuentro podrá sentir la vergüenza e incomodidad de representar el papel del subalterno. Si la identificación que más lo compromete es con los de arriba y su forma de sentir, entonces, procurará alejarse de la gente “superior”, aquella que cuestiona su identificación, que le hace sentir que su semblante o apariencia no está a la altura de su deseo. No obstante, como dentro de ese mundo mestizo con su gradiente sutil y escalonada de prestigios, el mismo individuo tendrá que interactuar con toda clase de personas, entonces le será imposible evitar del todo esa vergüenza y esa incomodidad. O, en todo caso, tendrá también que asumir los goces de la posición subalterna, convirtiéndose entonces en una suerte de híbrido. Encarnará una figura muy frecuente en nuestro paisaje social: el mestizo que desprecia y es despreciado, el cholo que cholea, el individuo que se crece ante los “pequeños” y se disminuye ante los “grandes”. Ahora podrá entenderse el término “discriminación individualizada”. Con este término nos referimos al hecho de que la persona es juzgada no como miembro de una comunidad sino en función de sus propias características.

II
Si fuéramos a hacer una historia del racismo en el Perú tendríamos que distinguir tres etapas. La primera corresponde a la colonia cuando el racismo tiene una fundamentación religiosa. La invasión del Tahuantinsuyo y las victorias militares consiguientes fueron seguidas por la evangelización que fue en realidad una colonización del imaginario de los hombres andinos. En verdad lo que vino a estas tierras debe llamarse una versión degenerada o corrupta del mensaje evangélico. En efecto, la fundamentación religiosa del colonialismo implicó proclamar una desigualdad radical entre los seres humanos; es decir, una afirmación anti-cristiana. Desde los púlpitos se representó una realidad en la que de un lado estaban los españoles, los que habían conservado la creencia en el Dios verdadero; y, del otro, los indios que no sólo se habían olvidado de Dios sino que se habían dejado tentar por las huacas y demonios para adorar al sol, las estrellas y demás ídolos. Entonces, los indios resultaban culpables de una suerte de “pecado original” que no era común a toda la humanidad, sino privativo de su raza. Este pecado original, la idolatría, implicaba una culpa, un estar en deuda. Entonces, la redención pasaba por un renegar del demonio, la aceptación sumisa de la dominación permitiría ir expiando con dolor los males cometidos. La idolatría de los indios habría enojado a Dios y los instrumentos de su furia eran los españoles.
La “Plática para todos los indios” , documento fundamental de la Evangelización temprana, anuncia una presentación aparentemente simple de las creencias cristianas. Pero, pese a su aparente ortodoxia, hay una inflexión característica que desvirtúa el mensaje cristiano, justificando la dominación colonial.
“Habéis de saber que aquellos demonios que os dije tentaron a nuestros primeros padres y dieron ocasión, tentándolos, para que pecasen y así pecaron. Y estos demonios son los que a nosotros cada día nos aconsejan el pecar, engañándonos y persuadiéndonos lo malo y a vosotros (aunque no lo veis) os ponen en vuestros corazones malos pensamientos, os dicen ‘adorad al sol, a la luna, a las piedras, a los ídolos’. Y, por esto, habéis enojado en vuestros pecados mucho a Dios nuestro Señor” (Pág. 28).

En este discurso el indio es constituido como un sujeto culpable, engañado, en complicidad con el demonio. En el “Tercero Catecismo y Exposición de la Doctrina Cristiana por Sermones” en el sermón XVIII se escucha o lee:
“¿Has visto al perro que tirándole una piedra, deja de morder a quien se la tira y muerde la piedra? Pues, así haces tú cuando adoras al sol que no sabe lo que haces, ¿piensas tú que, porque es tan grande y tan resplandeciente el sol, que por eso es Dios? Es cosa de risa; tú indio miserable, eres mejor y demás estima que el sol porque tienes alma y sientes y hablas y conoces a Dios” (Pág. 73).
“¿Quién os persuade a que adoréis las huacas? El diablo los quiere tener cautivos. ¿Quién habla algunas veces en las huacas a los viejos? El diablo, enemigo vuestro. ¿Vosotros no veis como Jesucristo vence y reina en toda la tierra? Por ventura, ¿las huacas defendieron a vuestros pasados de los Huiracochas? ¿Cómo no responde? ¿Cómo no habla? ¿Cómo no se defiende? Pues, quien a sí no se defiende ni ayuda, ¿cómo os ayudará a vosotros?” (Pág. 73 - 74).

Los indios son retratados como “víctimas culpables” que ameritan un “castigo redentor”. Su complicidad con el demonio los ha perjudicado pues los convierte en objeto de la ira de Dios y los deja inermes frente a los Huiracochas. La mejor prueba de la superioridad de Jesucristo está, precisamente, en el triunfo de los Huiracochas, en la derrota de los indios. ¿Por qué se habrían de aliar los indios con una fuerza que no es capaz de protegerlos? En el sermón se presume que tras las huacas está, efectivamente, el demonio y que la Conquista, más que obra de las armas españolas, es un resultado providencial de la voluntad divina. Cristo derrota a los demonios como los españoles derrotaron a los indios.
Encontramos aquí las raíces profundas del racismo, puesto que la igualdad de los seres humanos queda en suspenso por la perversión y complicidad de los indios con el demonio. Se trata de una asociación que los degrada, que debería conducir a que los indios odien sus cultos ancestrales, pues ellos serían la razón de su mala fortuna, de la dominación a la que están sometidos. Ellos tienen que pagar la pecaminosa alianza de sus antepasados.

Resulta, entonces, que el indio es objetivamente culpable y aunque él no haya pecado de por sí, tiene que pagar una deuda. Ésta es, justamente, la torsión del mensaje evangélico, pues se construye una “víctima culpable”, un sujeto menoscabado, impotente, que sólo en la obediencia puede encontrar la salvación. Queda atrás, entonces, el mensaje bíblico de la igualdad de todos los hombres y, aún más olvidado, el Evangelio cristiano con su mensaje de que los pobres están más cerca de Dios. En la prédica colonial, los españoles son el pueblo elegido, los que tienen derecho en la medida en que adoran al Dios verdadero y son sus emisarios.
Así entendida, la evangelización equivale a un genocidio cultural, a la expectativa de destruir totalmente una subjetividad para reconstruirla de raíz. Quien enuncia el mensaje se coloca en la posición de emisario de un Dios que demanda una entrega absoluta, que lo autoriza a “asesinar las almas”. Es probable que haya un goce sádico en el despliegue de esta enunciación que descalifica totalmente al otro. El interpelado, “el indio”, es colocado en la posición de la persona que se debe sentir en falta de lo que no sabe. Algo dentro de él está profundamente mal.
Ahora bien, conforme los evangelizadores se persuaden de que las huacas son supersticiones y no máscaras del demonio, la evangelización adquiere una impronta cínica, pues resulta que la culpabilidad no tiene ahora sustento, pero aún así se la mantiene como estigma.

Pero los hombres andinos resistieron como pudieron este racismo de base religiosa. Una primera respuesta se encuentra en la obra de Huamán Poma de Ayala Nueva Corónica y Buen Gobierno. Huamán Poma inscribe su argumentación en el discurso bíblico. Como hombres, los indios tienen que ser descendientes de Adán y Eva y también, y más decisivamente, de alguno de los hijos de Noé, puesto que, según la revelación, con del Diluvio sólo sobrevivió su familia. Por tanto, los indios son sus descendientes. De otro lado, Huamán Poma afirma que los indios no se olvidaron totalmente del Dios verdadero, que les fue quedando una sombra que les permitió construir una sociedad incluso más moral que la española. En síntesis, los indios son hijos de Dios y aunque hayan caído en la idolatría se comportan mejor que los “soberbiosos y coléricos” españoles, tan dados al abuso y la rapiña.
A la larga, la subjetividad andina quedó marcada en profundidad por la prédica colonial. El “indígena” tuvo que desarrollar múltiples rostros, varias identificaciones difícilmente reconciliables. El hombre andino trató de incrustar en su propia historia el traumático hecho colonial. Para los invasores el “indígena” es un ser abyecto por idólatra. Una interpelación tan negativa genera culpa y malestar. Quizá lo decisivo fue que, haciéndose eco de lo escuchado, el “indio” se definió como humilde e impotente. Justamente “indio no puede” es la frase que da identidad a muchos de los personajes indígenas de la narrativa de Arguedas. No obstante, detrás de este rostro oficial, hubo una vitalidad que logró preservarse en espacios menos censurados como el complejo fiesta-música- danza. Y aún logró marcar la cosmovisión del mundo andino con un sincretismo original y estable.

IV
Revisaré más de prisa las otras etapas del racismo pues en los ensayos de este libro están mucho más analizadas. De mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, tiene vigencia el llamado “racismo científico”. La ciencia, con la secularización de la sociedad, pasa a reemplazar a la religión como la fuente de las certidumbres que organizan la vida cotidiana. Surge entonces un racismo que se pretende científico. En las obra de Gobieneau, Taine y Le Bon va cobrando forma una visión del género humano estructurada por la idea de raza, por la creencia de que las razas son grupos humanos que comparten un patrimonio genético que define sus capacidades intelectuales y morales. La raza superior es por supuesto la blanca, viene después la amarilla y finalmente están los negros. El racismo científico es la ideología del colonialismo europeo. Justifica la invasión de Africa y de Asia en nombre de la lucha contra el salvajismo y la barbarie pues los blancos son portadores de la civilización. En realidad estas creencias que se presentan como ciencia están en sintonía con el sentimiento de superioridad del hombre europeo y con la conveniencia de esconder la rapiña colonialista a la que fueron sometidos los pueblos avasallados por las misiones supuestamente civilizadoras.

El racismo científico produjo un hondo impacto en América Latina y el Perú. Hubo resistencias, sin embargo. Autores como Manuel Atanasio Fuentes o Manuel González Prada cuestionaron la supuesta cientificidad de estas doctrinas. No obstante, dejando de lado algunas excepciones, las nuevas ideas lograron reforzar al racismo, reemplazaron el fundamento religioso por uno supuestamente científico. Entonces se inicia una discusión sobre el destino del Perú. Muchos proponían que la solución al atraso era la inmigración de “razas enérgicas” que pudieran renovar la genética de la alicaída población peruana. No obstante, el Perú no era un destino atractivo para la emigración europea. Pocas tierras, difíciles de trabajar y encima ya ocupadas. En definitiva el racismo científico no abría un horizonte de futuro para el país. Descartada la migración y la “mejora” de la raza, la única posibilidad era la educación. El indígena debería acriollarse. “Un olvido a cambio de una promesa” es la fórmula del pacto mediante el cual el indio accedería a la ciudadanía siempre y cuando dejara atrás su barbarie. Aprender el castellano, dejar atrás las costumbres y el idioma. La escuela era el laboratorio de la redención, el lugar de construcción de la peruanidad.

Paralelamente, el Perú se asumió como una nación mestiza donde, supuestamente, no habría racismo. La idea era que en el Perú “quien no tiene de inga, tiene de mandinga”. Entonces, el racismo fue reprimido, sustraído de la atención pública. La discriminación sigue pero ya no es reconocida. Se supone, en cambio, que todos los peruanos son iguales. En realidad este postulado es una ficción de efectos ambivalentes. De un lado abre un camino para la ciudadanía y la movilidad social. Del otro, sin embargo, invita a un etnocidio pues todos los peruanos son convocados a rechazar vigorosamente sus raíces indígenas como sinónimo de lo abyecto y lo arcaico. Lo absolutamente repudiable. Bajo el amparo de esta propuesta el mundo criollo abjura de todo lo indígena que hay en él. Se define colocándose a espaldas de los andes y la historia. Peor es la situación en el mundo andino pues sus habitantes son solo válidos como material humano que busca redimirse de la contaminación asquerosa que es precisamente lo indígena. En cierto sentido sin embargo se trata de una superación del racismo pues la diferencia ya no es sustancializada. Se puede dejar de ser indio, cambiar de costumbres e idioma, para ser un mestizo, un ciudadano peruano. No obstante esta superación es relativa pues los rasgos físicos siguieron siendo fundamentales en la definición de la identidad de las personas. Este pacto constitutivo de la República Criolla se trasluce en las categorías censales. Así mientras que en 1876 la población es clasificada en blanca, mestiza, indígena, negra y asiática; en el censo de 1940 se engloban en la misma categoría blancos y mestizos como queriendo decir que eran lo mismo; es decir, ciudadanos, peruanos.

V
El racismo científico desaparece de la faz de la tierra con el hundimiento del régimen nazi en 1945. Pero esto no significa la desaparición del racismo. Carente de fundamentos religiosos y (seudo) científicos, el deseo de jerarquizar, excluir y dominar, encuentra ahora amparo en el campo estético. Entonces resulta que los rasgos asociados a lo blanco no son mejores por ser cristianos, o estar asociados a una mayor inteligencia y moralidad, sino porque son más bellos. El racismo no termina pues de morir. En realidad este proceso de estetización del racismo representa una suerte de última pero decisiva trinchera del deseo de superioridad. Y es quizá mucho más importante de lo que a primera vista se podría pensar. Implica la colonización del imaginario pues lo más atractivo son los rasgos asociados a lo blanco: la piel y el cabello claro, los ojos azules o verdes, la pilosidad abundante. La piel oscura, el pelo hirsuto o “trinchado” marcan una posición de mucho menor deseabilidad. De ahí, entonces, la incomodidad de los peruanos frente al espejo. De ahí, también, el deslumbramiento fascinado que producen los encartes publicitarios donde las y los jóvenes modelos ostentan su cabellera rubia, su piel blanca, su alto tamaño.

VI
El racismo fue reprimido y silenciado en nuestro país. Hasta el momento la mayoría de los peruanos pretende que las diferencias físicas no son socialmente relevantes y se define, entonces, como mestizo. No obstante como ha observado agudamente Virginia Zavala el definirse como mestizo es como decir que no tenemos cuerpo y que nuestros rasgos físicos son intrascendentes. El problema con esta solución es que renunciamos a describir nuestro cuerpo, a aceptarlo como es y, de otro lado, como consecuencia, seguimos capturados por la estética de lo blanco.

VII
El Perú no quiere admitirse como una sociedad discriminadora pese a las abrumadoras evidencias que así lo demuestran. Quizá el ejemplo más contundente de esta resistencia es la tibia recepción del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Como se sabe el informe señala que el trasfondo del conflicto interno han sido las brechas y las desigualdades que separan a los peruanos. Esta conclusión ha sido ignorada por una gruesa parte de la población que lejos de ser solidaria con las víctimas ha preferido colocarse de perfil, permanecer en una cómoda pasividad. Si el informe de la Comisión hubiera sido recibido en una manifestación de cientos de miles de personas, el gobierno del Presidente Toledo no hubiera tenido otra carta que implementar las recomendaciones respectivas; en especial en lo que toca a los juicios contra los perpetradores de abusos y las reparaciones de los afectados. Pero no fue una muchedumbre la que recibió el informe sino solo unos cuantos miles de personas provenientes básicamente del mundo de la iglesia y de la cultura. En otras palabras los 70,000 muertos contabilizados por la comisión fueron desairados. Aunque nadie lo dice abiertamente en realidad es poco lo que importan. E importan poco porque la mayoría de ellos fueron indígenas. Gente que no despierta las ganas de identificarse con ellos.

Se impone entonces la conclusión de que el racismo, y el etnocentrismo, distan de estar superados, que están aún firmemente enraizados en nuestras mentalidades. Para explicar esta realidad tenemos que hacer una pregunta ¿cuál es el goce del racismo? ¿qué satisfacción tan poderosa es la que produce que no se la puede abandonar? Apresurando una respuesta diría que el racismo procura un sentimiento de superioridad a una buena parte de la población que construye una imagen de sí magnificada, auto-erotizada, en contraste con la imagen de otra gente que es representada como inferior y despreciable. Entonces los que están en el medio y aún abajo elaboran su visión de sí mismos identificándose con los que están arriba. Solo los que están muy abajo no tienen a quien “cholear”.

VIII
A partir del estudio pionero de Alberto Flores Galindo, “República sin ciudadanos”, la realidad del racismo comenzó a ser visible en el Perú. Se trata de un ensayo publicado en la tercera, y definitiva, edición de Buscando un Inca, en 1988. A diferencia de la fórmula de Jorge Basadre, “República Aristocrática”, que define la sociedad peruana por el gobierno de los pocos, la fórmula de Alberto Flores Galindo “República sin ciudadanos” pone el énfasis en la exclusión de los muchos. En realidad las dos pueden complementarse pues el gobierno de los pocos es solo posible cuando los muchos están excluidos. Sea como fuere, este último ensayo era imprescindible en la arquitectura de Buscando un Inca. En efecto, en sus primeras ediciones el libro pretendía reconstruir la manera en que la idealización del pasado incaico había inspirado la resistencia contra el colonialismo. No obstante, aún no se lograba analizar la naturaleza de la dominación colonial. Y, precisamente, en ese último ensayo, Alberto Flores Galindo logra identificar al racismo como el núcleo del orden colonial. Y el racismo es entendido como una ideología que reduce al otro a la condición de cosa o animal. Entonces, en el campo de la cultura, la historia del Perú podía pensarse como una lucha entre la apuesta colonial a devaluar lo indígena y, de otro lado, la resistencia y la lucha por su rehabilitación. En esta lucha estas tendencias se acomodan de las maneras más distintas.

Ahora bien para que Alberto Flores Galindo pudiera conceptualizar esa realidad negada fue necesaria la convergencia de dos situaciones. Primero la violencia interna en el país y, segundo, la revaloración de la cultura en las Ciencias Sociales. Si el terror senderista, y la “guerra sucia” desde el Estado, se desarrollaron sin mayores resistencias ello fue porque la inmensa mayoría de las víctimas eran campesinos indígenas. Era evidente, para quien quería verlo, que había vidas que valían poco o nada. Gente que podía ser asesinada sin temor a represalias. Y esa gente tenía un rostro y una cultura que eran indígenas. La realidad de esas muertes impunes era un desmentido práctico de las ideas de integración y mestizaje. Pero la toma de conciencia respectiva implicaba distanciarse del sentido común según el cual las únicas diferencias relevantes entre las gentes eran las que provenían de la propiedad y el dinero. Desde tiempo antes, y contra la marea, Alberto Flores Galindo había reivindicado la importancia de las ideas y las fantasías colectivas en la definición de lo social. Entonces tenemos una coyuntura donde el racismo (invisibilizado) se muestra en toda su contundencia y, de otro lado, una apertura mental que trasciende los estereotipos de la época. Estas son las coordenadas en las que surge la elaboración decisiva sobre el tema del racismo.

Tras los pasos de Alberto Flores Galindo hemos seguido un grupo cada vez más amplio de antropólogos, historiadores y sociólogos. Con el riesgo, casi seguridad, de omitir algunos nombres no puedo dejar de mencionar a Nelson Manrique, Guillermo Nugent, Marisol de la Cadena, Juan Carlos Callirgos . En todo caso la toma de conciencia excede los límites de las clases ilustradas y hoy un número creciente de peruanos piensan que vivimos en una sociedad racista.

IX
Hacer visible el racismo y erradicarlo es tarea de todos. Pero en esta labor le toca a la crítica cultural un importante papel. En efecto, la misión de la crítica cultural es identificar y valorar los mitos o creencias en términos de su impacto sobre el desarrollo humano. Y para esta tarea la crítica debe moverse entre la elaboración conceptual y el análisis concreto de situaciones definidas. Es decir, el objetivo de la crítica cultural es precisar lo que está fallando en la realidad, aquello que detiene el flujo de la vida, que la enreda y mortifica en una dinámica opresiva. Identificar estos anudamientos es de ya, de alguna manera, actuar, pues esta identificación implica un tomar distancia, un valorar lo retorcido como una posibilidad desgraciada. De otro lado, el método no puede ser sino el vaivén entre la elaboración conceptual y el análisis concreto. Los conceptos son imprescindibles pues nos permiten hacer visibles las sombras, nombrar lo que no marcha. Pero los conceptos se formulan en diálogo con la realidad. Entonces, solo un esfuerzo que se desarrolla entre ambos planos, el análisis concreto y la teorización, permite tomar conciencia tanto de lo que existe como, también, de aquello que podría existir, de las virtualidades presentes en una realidad. Los conceptos son como herramientas disponibles que necesitan siempre afinarse para dar cuenta de lo singular y este proceso de afinamiento significa un desarrollo de su capacidad de iluminar y liberar. Digamos entonces que los conceptos no se “aplican” sino que se “recrean” en un diálogo con la vida que es siempre inédito y diferente. No se llega al saber sino es gracias a la mediación de los conceptos y la sedimentación del conocimiento que ellos incorporan.

Autor: Gonzalo Portocarrero

viernes, 3 de octubre de 2008

TESIS SOBRE EL RACISMO:

Sociólogo Gonzalo Portocarrero: "Nuestro racismo tiene peculiaridades que no son fáciles de descubrir porque justamente están cubiertas por el manto invisible del mestizaje."


Aunque no tenga un significado preciso la palabra “racismo” denuncia el fenómeno que designa. Es decir, hace visible y critica la vigencia de un espíritu antidemocrático. La actitud que clasifica y valora a las personas no según sus méritos y logros sino de acuerdo a su apariencia física. La generalización de este vocablo ha permitido poner en evidencia el trasfondo colonial de la sociedad peruana, convirtiendo en sentido común la idea de que la discriminación es una realidad que nos aleja del sentimiento de conciudadanía que es el verdadero fundamento para la prevalencia de la ley y para posibilitar una acción colectiva de veras fecunda.
Pero la cuestión del racismo es polémica. Entonces conviene delimitar lo que podría llamarse un consenso mínimo. Para ello propongo seis puntos. Primero: el racismo es un criterio entre otros para clasificar a las personas. La valoración social de un individuo depende de una síntesis de factores entre los que la apariencia física es sólo uno de ellos y no es el definitivo. Alguien puede ser muy estimado por sus educación, arreglo personal, nivel económico aunque sus rasgos no sean los más prestigiosos. Y a la inversa: alguien de muy “buen aspecto” puede ser menos valorado por su falta de educación o pobreza. Segundo: el racismo tiene en la actualidad un fundamento “estético”. Es decir la persona de rasgos blancos es más valorada porque nos parece más bella. El discurso publicitario nos enseña a preferir esos rasgos. De allí que nos esforcemos por parecer más blancos de lo que realmente somos. Nos pintamos el pelo o, por ejemplo, si ya somos morenos, evitamos exponernos al sol. O soñamos con el muchacho o la muchacha blanca y rubia que es nuestro modelo de deseabilidad social. Tercero: el racismo implica un entramado complejo de sentimientos. Desde lo blanco y “superior”: desprecio y ninguneo pero también culpa. Desde lo más oscuro e “inferior”: envidia, resentimiento, admiración. Cuarto: en el Perú el mestizaje es sustancial pero paradójicamente la mezcla no implica la desaparición del racismo. Es decir en nuestro país la mayoría de la gente no tiene una apariencia racial marcada. Lo que tenemos es una gradiente que va de lo más occidental a lo más cholo. Entonces tenemos una suerte de racismo “personalizado”. En un contexto una persona puede ser considerada como blanca y muy deseable, pero en otro contexto esa misma persona puede ser apreciada como impostada y “huachafa”. Todo depende de quien tengamos al frente. Quinto: el racismo está disminuyendo a medida en que tomamos conciencia de su efecto depresivo sobre nuestra autoestima y aprendemos a resistir el colonialismo que nos subyuga. Ha comenzado a surgir una belleza chola. Es así que la “gente de la farándula” ya no necesita disfrazarse para resultar atractiva. Sexto: pese a todos los avances el racismo persiste especialmente en la negación de derechos de la población rural andina. La evidencia dolorosa y contundente es lo poco que importan las casi 70,000 personas que murieron a causa del conflicto interno.
En resumen el racismo pone en evidencia la matriz colonial de la sociedad peruana, la falta de solidaridad, la debilidad de los vínculos sociales y, conjugado con la globalización, facilita el predominio de un individualismo cínico y transgresor.

Fuente: http://gonzaloportocarrero.blogsome.com

I CONGRESO DE EDUCACIÓN INTERCULTURAL BILINGÜE EN SICUANI

"HUK SUNQULLA, HUK UMALLA YACHAYNINCHISTA PURICHISUN"
Congreso 8, 9 y 10 de Octubre del 2008



EDUCANDO A PARTIR DE LA CULTURA LOCAL, SE FORMAN HOMBRES CON AMOR A LA TIERRA

La unidad de Gestión Educativa Local de Canchis y Asociación de Maestros de Educación Intercultural Bilingüe “Chiqaq Ñan” organizan el “I CONGRESO DE EDUCACIÓN BILINGÜE” en la ciudad de Sicuani en el local del teatrín de la Municipalidad de Canchis, los días 8, 9 y 10 de Octubre del 2008. El objetivo general de este evento, es el de “contribuir al mejoramiento de la calidad educativa con pertinencia Lingüística y cultural a partir de las experiencias innovadoras y aportes de los participantes.”

OBJETIVOS ESPECÍFICOS:
1. Promover reflexión en los participantes sobre el desarrollo de contenidos interculturales en los procesos de enseñanza - aprendizaje, para fortalecer la identidad cultural en la formación de niños y niñas de las instituciones educativas.

2. Conocer experiencias de implementación de la Educación Intercultural Bilingüe en otros países.

3. Promover la aplicación de la EIB en el istema educativo EIB articulando entre los niveles correspondientes.

4. Alcanzar propuestas de políticas educativas EIB, a las distintas instacias gubernamentales del Ministerio de Educación, Gobiernos Locales, REgional y a Organismos No Gubernamentales.

5. Motivar la participación activa de los padres, madres de familia y autoridades locales en los procesos educativos.

TEMARIO:

Política Educativa Regional y Local.
EIB en el ámbito local, regional, nacional e internacional.
EIB Temprana.
Educación e Identidad cultural.
EIB y la educación secundaria.
Investigación y EIB.
Participación comunitaria en el proceso educativo EIB.


Experimentados ponentes participarán en este magno congreso:

- Ecuador : Dr. José Luis de la Torre.
- Bolivia : Antropólogo Hugo Cordero.
- Perú : Mag. Grimaldo Rengifo Vásquez.
- Perú : Sociólogo José Antonio Vásquez.
- Perú : Severo Cuba Marmanillo.
- Perú : Mag. Oscar Chávez.
- MINEDU : Mag. Maritza Nuñonca.
- DREC : Mag. Edgar Cusihuallpa Díaz.
- UGEL-C : Prof. Willy F. Ancori Cervantes.
- TAREA-C : Mag. Huber Santisteban.

Mayores informes: Celular 984359125
maestroseib@hotmail.com
leodiaz2470@hotmail.com
valienteparu@hotmail.com

INSCRIPCIONES: UGEL Canchis
Puerta del Teatrín Municipal de Sicuani
Costos: Profesores S/. 20.00
Estudiantes 15.00
Padres de familia 10.00